Ensayo II
LA    EDUCACIÓN   INSTITUCIONAL   EN  LA    FORMACIÓN  DE  LOS   HÁBITOS  SENTIMENTALES 
   EN   TRES  SIGLOS  DEL   MÉXICO  COLONIAL
Introducción:
  Así como pasamos de una  matriz biológica a una matriz social y a una matriz cognoscitiva, en un  determinado suelo geográfico, arribamos también a un tiempo histórico.  Aparecemos en un mundo donde ya está vigente la huella humana de mil modos, con  sus creencias, ritos, mitos, ideologías, filosofías, ciencias y  tecnologías.  Nacemos en una fecha, en  cierto día, mes, año, en un periodo histórico y en cierta época sentimental.
              Agnes Heller señala que en toda época, sea estancada o  dinámica su estructura social y cultural tiene sus formas dominantes de  relaciones sentimentales, donde se da prioridad a ciertos sentimientos, como en  la antigua Grecia en la que el sentimiento más valorado era la amorosa amistad  por las personas y por el conocimiento, de ahí el concepto de filosofía: como  amigo de la ciencia y  de la sabiduría.
              En el humanismo renacentista, los sentimientos que más se  deseaban cultivar eran: el deleite estético, el gusto por la naturaleza, la  sencillez, la concordia, la paz, la dulce amistad y la alegría de vivir. En el  siglo de las luces, hay un profundo sentimiento de entusiasmo por el  conocimiento, un anhelo de ilustrarse y una pedagogía emancipadora: “Aude  sapere”, “Atrévete a saber”, era  el lema  de la Ilustración.  
 
              No todos los sentimientos están presentes en todas las  culturas, en ciertas épocas algunos sentimientos no florecen, ni hay  condiciones que favorezcan su desarrollo, porque las estructuras económicas,  políticas y sociales dominantes obstaculizan su aparición. Así por ejemplo los  sentimientos de amor al conocimiento y de tolerancia, no siempre han existido  en las diversas sociedades, sino al contrario; como sucedió en la época del  México colonial, en que el sentimiento de tolerancia, el “tolerantismo”, como  le llamaban, era considerado una doctrina y práctica heterodoxa, fomentada por  los filósofos herejes, los cuales estaban condenados por el Santo Oficio, al  igual que sus libros, como el “Tratado sobre la Tolerancia” de  Voltaire.  Este texto se encontraba entre  las obras prohibidas, clasificadas en el rubro de subversión al orden  establecido, inductoras de la anarquía, contra la monarquía, contra las  instituciones, contra la religión, sediciosas, que atentan a la paz y quietud  pública. Está excesiva condena al tolerantismo se debía a que el sentimiento de  intolerancia y el dogmatismo, eran las bases de la ideología sustentada por la Iglesia Católica  y la Corona Española. 
CAPITULO I
  1. La  ideología, el discurso oficial, en la base de la educación institucional.
  En cada época, cultura y  sociedad predominan determinados sentimientos y formas de relacionarse  sentimentalmente basadas en la educación institucional que expresa la ideología  de los poderes dominantes, en el caso de la época colonial, era el de la Iglesia Católica  y la Corona Española.
  “La ideología de la clase dominante, es la  ideología dominante en el conjunto de la sociedad, las ideas (y los  sentimientos) dominantes en cualquier época han sido las ideas (y los  sentimientos) de la clase dominante”.  En  estas afirmaciones  Marx y Engels  constatan que la clase dominante lo es, entre  otras cosas por su capacidad para elaborar visiones de la sociedad, de la  cultura (sentimental) y de la historia, según sus propios intereses.  Las ideologías son reelaboradas por los  grupos sociales hegemónicos desde sus instituciones, así las ideologías  expresan visiones cuya representación del  mundo, es producto de la conveniencia y convergencia de todo los grupos  dominantes. 
  Estas interpretaciones,  visiones, concepciones del mundo sentimental, expresadas en normatividades,  reglamentaciones, que representan los intereses de los grupos poderosos, son  transmitidas e internalizadas a través de la educación  institucional, por medio  patrones, modelos sentimentales, discursos  oficiales.
  El discurso oficial, es  un discurso ideológico, porque como señala Luís Villoro, se trata de “un  pensamiento, de una creencia  utilizada  como instrumento de dominio”, que responde a intereses particulares de una  clase o un grupo de poder.  Pensamientos,  creencias que tratan de legitimar y justificar por medio de la manipulación de  los mitos, de las religiones  y de las  filosofías; discurso ideológico que se presenta velado para poder ocultar su  doble mensaje, su intensión de dominio.
  Este discurso oficial,  sobre cómo deben ser las relaciones sentimentales, no se fundamenta en razones  morales, éticas o estéticas, lógicas o dialécticas, sino que éste obedece a  razones de Estado, razones de mercado, de estrategias políticas, económicas,  demográficas, etc.  Por lo que la  educación  institucional fundamentada en  la ideología del poder, en ningún momento está planeada, diseñada, proyectada  con el objeto de enseñar a satisfacer las necesidades  de las personas. No están pensadas en función  de su bienestar, sino que los modelos “los ideales”  educativos, tienen que estar en concordancia  a los “ideales” políticos y culturales, que convengan y coincidan con el  proyecto económico planeado por los poderes dominantes; el objetivo es imponer  una regulación, un control que favorezca   los intereses de los grupos hegemónicos en vez de estar pensados con el  propósito de procurar la felicidad y la tranquilidad de las personas que  integran la sociedad
  1.1. El pensamiento crítico el cuestionamiento, la actividad  filosófica en oposición al orden  hegemónico.
  Así como existe la  ideología  de los poderes dominantes y la  educación institucional; aparecen también en   diversas épocas y culturas, la filosofía y la pedagogía crítica, que  cuestiona, que disiente frente a los modelos  impuestos, que impiden el bienestar, el gozo y  felicidad de las personas.
  A lo  largo de la historia ha surgido un pensamiento crítico disruptivo, expresado en  diferentes movimientos filosóficos, como el humanismo renacentista, el  racionalismo, la ilustración, el romanticismo, el socialismo utópico, el  anarquismo, el socialismo romántico y también los movimientos llamados  “contraculturales”: feministas, homosexuales, pacifistas, ecologistas, que  disienten y cuestionan el orden  hegemónico.
  Cuestionar, es una actividad filosófica, un ejercicio del pensamiento  que interroga, que en su preguntar mismo y por su operación critica, es un  pensamiento disruptivo, es decir de ruptura de las creencias, por lo que se le  considera un ejercicio corrosivo del poder.   Desde Sócrates, que corría por las calles de la ciudad para sacudir la  seguridad de sus conciudadanos en sus opiniones, el filósofo se ha adjudicado  la tarea de poner en cuestión todo supuesto, toda opinión aceptada sin  discusión.  Es por este motivo que en la  época colonial se condenaron y se prohibieron las obras de los filósofos de la Ilustración, ya que en  sus textos no sólo criticaban a la monarquía, a la religión, a la inquisición,  sino que también criticaban y cuestionaban el orden sentimental, la forma de  relacionarse sentimentalmente, impuesta por la Iglesia Católica.
  Desde Grecia, el filósofo genuino aparece como una persona inconforme,  cínico o extravagante, o bien desdeñoso de la cosa pública, distante y  distinto. “Escondido en un rincón… murmurando con tres o cuatro jovenzuelos”,  con frecuencia es tildado de corruptor, de disolvente, de introductor de  peligrosas novedades.  A lo largo de la  historia casi todo filósofo innovador ha merecido alguno de estos epítetos:  disidente, negador de lo establecido, perturbador de las conciencias, sacrílego,  hereje, reacio, independiente, anárquico, libertino.  La actividad filosófica auténtica como afirma  Luis Villoro, la que no se limita a reiterar pensamientos establecidos, la que  se ejerce en libertad de toda sujeción a las creencias impuestas, es por lo  tanto una actividad de ruptura y de liberación.
  Por lo que si la ideología de los poderes dominantes con su discurso  oficial está en la base de la educación  institucional, en oposición a este orden, la  actividad filosófica, la crítica, el cuestionamiento estaría en la base de una  educación  de liberación.  Esta propuesta educativa estaría en  concordancia con los objetivos que plantea Fernando Savater en su texto “El  Valor de Educar”, en el que nos señala que uno de los propósitos fundamentales  de la educación  es desarrollar la capacidad  crítica, el sentido del razonamiento lógico, el análisis, la curiosidad  que no respeta dogmas ni ocultamientos; pero  sobre todo también desarrollar la sensibilidad para apreciar las más altas  realizaciones del espíritu humano, así como la visión de conjunto ante el  panorama del saber”.
  Otro de los fundamentales propósitos que tiene este tipo de educación de  liberación  basada en una actividad  filosófica, es despertar, provocar el azoro frente a lo aceptado sin discusión,  frente a lo obvio, suscitar un permanente asombro, una perplejidad ante  cualquier opinión no revisada, ante cualquier creencia compartida, o hábito  sentimental heredado, como son los que se formaron en los trescientos años del  México colonial, basados en la ideología de la Iglesia Católica  y la Corona Española,  que por medio de todo un proceso histórico de enseñanza y aprendizaje, fueron  transmitidos de generación en generación.  
  Hábitos heredados, conceptos, lenguajes que perviven aún después de  quinientos años, hábitos sentimentales que se mimetizaron, con ropajes a la  moda de los tiempos laicos,  hábitos con  los que nos tropezamos, tanto a la derecha como a la izquierda de la sociedad.
  Para Gramsci, parte de la actividad filosófica consiste en criticar,  analizar lo heredado como producto de un proceso histórico, en que se transmitieron  infinidad de conceptos, lenguajes, reglas, normas, costumbres, hábitos  (sentimentales) aceptados sin beneficio de inventario.  El inventario es una fórmula  por la cual el heredero declara que acepta la  herencia “a beneficio de inventario”, es decir, luego de haberse verificado el  activo y el pasivo de la herencia, después de haber hecho el inventario de los  bienes (más bien males sentimentales)  de  la (supuesta) difunta Colonia, la  Nueva España.
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